Me ha sido difícil encontrar un título adecuado para esta noticia. Creo que, aunque de primeras parezca exagerado, no es ninguna locura afirmar que ha habido una cierta influencia en lo que ahora os voy a explicar con el enfoque profesional que ahora mismo me ocupa.
A raíz en estas fechas navideñas en las que hay que comprar regalos, llevaba ya días dándole vueltas a la diferencia que hay entre lo que nosotros pedíamos para reyes y lo que se pide ahora. Yo tenía tres o cuatro regalos recurrentes en mi carta. Algunos llegaron otros no. A veces, novedades hiper-mega-guays se imponían a la tradición y subían puestos en el ranking de regalos y ya sabeis que los Reyes Magos obedecen a raja tabla las preferencias que los niños disponen en sus cartas.
Mis regalos fetiche eran (sin un orden concreto): los juegos de mesa, los coches de RC, el Scalextric (en sus múltiples variantes) y el Lego. Y ahora es cuando caeis en la cuenta del por qué del título de la noticia.
La verdad es que, cuando mis reyes no saben que regalarme, recurren a uno de estos 4 ases ya que, aun a día de hoy, me hacen la misma ilusión. Sí, sí, tengo 26 años pero no me avergüenza mantener lo que acabo de decir. Son juguetes atemporales a los que juegan niños con padres y no se sabe cual de los dos lo pasa mejor. Son regalos clásicos para toda la familia: los mejores.
Ayer, fui al trastero para coger el árbol de navidad y montarlo pero, por el camino, me encontré con el armario de los juguetes. Haría las delicias de cualquier niño o, al menos, cualquier niño no estupidiciado por las consolas y los videojuegos. Rebusqué un poco y encontré la bolsa de Lego donde guardaba juntos todos los coches, casas y edificios de todos los packs de construcción que me habían regalado de niño. Muchas piezas se perdieron en las múltiples extendidas y recogidas de la bolsa. Saqué las instrucciones de montaje (que están en bolsa aparte) y me pregunté: ¿cuántos de estos podría montar ahora mismo?
¿Quereís saber cuántos fueron?
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